QUE ES PATRIMONIO

CHARLA ABIERTA: ¿QUÉ ES EL PATRIMONIO?

MATERIAL DE LECTURA – AAVV

Por Lic. Maria Laura Novas y Lic. Jorge Emanuel Vallejos. Puerto Iguazu, 2018

[…] La cultura y el patrimonio cultural o antropológico

Cuando nos referimos específicamente al patrimonio cultural, que también podemos llamar antropológico, estamos expresando las manifestaciones de la cultura, de todos aquellos “datos” que vamos dejando los seres humanos a lo largo de nuestra trayectoria sobre la tierra, a través de los cuales puede conocérsenos. Patrimonio es aquello que identifica a los grupos humanos, aquello por lo que se diferencia a los individuos pertenecientes a distintas etnias, e incluye aspectos tan dispares como la arquitectura, las leyendas, los útiles de labranza, los textos históricos o los que nos hablan de tecnología actual; también la música, la poesía o el vestido, así como los conocimientos que se tienen sobre las formas de producir.

Ahora bien, dichas manifestaciones tienen que ser reconocidas por los grupos como propias para que puedan considerarse patrimonio cultural; las producciones, ya sean individuales o grupales, deben ser aceptadas y asumidas por la colectividad, por lo que quedan desechados los productos de modas pasajeras. 

Así, aunque el patrimonio se construya continuamente, no se define como tal hasta que no ha sido incorporado a las formas de vida del grupo. Por ejemplo, podemos pensar en el hábito de tatuarse la piel, moda actual entre muchos jóvenes, pero que no será un rasgo cultural si la mayor parte de la población no lo practica, como en el caso de algunos lugares de Polinesia.

Tanto los aspectos tradicionales como los de nueva creación forman parte del patrimonio, es decir, de la cultura. Considerar solamente los vestigios antiguos como elementos patrimoniales, susceptibles de ser preservados y difundidos, es negar los procesos evolutivos de los individuos y, por tanto, las creaciones motivadas por los lógicos cambios culturales. 

Ese patrimonio cultural, interiorizado por los componentes de cada grupo étnico, varía según su concepción y medida del tiempo y el espacio. Sobre este tema es conveniente revisar las reflexiones de J. Clifford y Teresa Del Valle quienes han trabajado sobre los cronotopos, unidades de tiempo y espacio desde las que pueden ser analizados los encuentros entre individuos (Clifford, 1999; Del Valle, 2000).

(…) La cultura y, por tanto, sus manifestaciones, son cambiantes. La cultura está tan viva como aquellos que la van construyendo; y son muchos los aspectos que inciden en ella y la van alterando, como el turismo, que es un fenómeno que está afectando, de diversas formas, a gran parte de la población mundial y que, como no podía ser de otra forma, ha hecho que muchos grupos humanos modifiquen aspectos de sus respectivas culturas

 

[…] Patrimonio como cultura

Para llegar a entender el patrimonio como el testimonio de la cultura de un pueblo, parece innegable el papel determinante jugado por la antropología, precisamente por la extensión del concepto de cultura como la expresión colectiva de las experiencias y concepciones propias de cada grupo humano, en permanente proceso de elaboración.

Sólo así ha podido ir ampliándose la consideración de los bienes dignos de ser protegidos, hasta culminar en una visión integral y dinámica del patrimonio cultural. Una ampliación que hace virar, al propio tiempo, la noción de conservación como finalidad en sí misma, a la de tutela como medio de valorización del patrimonio para sus propios protagonistas. Y es que lo interesante de este proceso, además de su creciente abarcabilidad, es la decisiva vinculación entre objetos y sujetos sociales, el valor que se da a los pueblos actuales como herederos y transmisores de los bienes culturales, a la vez que creadores de nuevos patrimonios.

Uno de los primeros grandes logros para este avance conceptual fue la acuñación del término “bien cultural”, que aparece por primera vez en la Convención de la UNESCO de 1954, a pesar de que la pormenorización de bienes culturales aludidos en este texto mantiene los rígidos criterios al uso, centrados en lo histórico-artístico. Su principal valor radica en la superación del reduccionismo que encierra la idea de objeto, vigente hasta el momento, proponiendo un término amplio y capaz de acoger otros referentes patrimoniales, sin diferenciación entre lo material y lo inmaterial.

Al fin se va poniendo en cuestión el propio sentido del mero objeto físico, al comprender que son los valores que se le atribuyen a los objetos de referencia los que definen su significación cultural y los que justifican las razones argumentables para su preservación. Por lo tanto, todo bien cultural será definible, precisamente, a partir del significado inmaterial que le atribuyamos: testimonio de un acontecimiento histórico, de un modo de vida, de las creencias de un colectivo, de la tecnología y saberes utilizados para aprovechar los recursos disponibles, etc. 

En definitiva, se entiende que todas y cada una de las producciones materiales de cualquiera de los ámbitos de la vida en sociedad son el reflejo del mundo mental de quien las crea y utiliza, de donde proviene su valor inmaterial y, consiguientemente, su posibilidad de ser consideradas como bienes culturales. La influencia de estas consideraciones en nuestro ámbito cultural no se hace esperar. Y es que una de las características de la globalización de las relaciones contemporáneas es la autoridad de algunas estructuras político-jurídicas complejas que, en los asuntos patrimoniales, no puede desligarse de una organización como la UNESCO, para quien uno de sus objetivos básicos fue desde el principio contribuir al reconocimiento y mantenimiento de la diversidad cultural.

En tal sentido se decantó la Declaración de 1966 sobre los Principios de Cooperación Cultural Internacional, y su defensa de la dignidad y el derecho de todo pueblo a desarrollar su cultura. Atendiendo a los informes encargados al antropólogo Lévi Strauss, se pone de relieve el carácter vivo y dinámico de las culturas y la necesidad de garantizar la evolución de cada una de ellas. Dicho de otra manera, se manifiesta la necesidad de salvar la propia diversidad cultural antes que centrarse en intervenciones patrimoniales conservacionistas. 

Pero para alcanzar tal objetivo resulta imprescindible el reconocimiento jurídico del patrimonio etnológico, tarea nada fácil dado el peso de las categorías valorativas de la ideología dominante. 

Por ello vamos a ir encontrando ligerísimas concesiones, como en la Recomendación de París de 1968, donde al fin aparece el término “etnológico”, aunque con un claro sesgo historicista porque viene limitado a los bienes culturales vestigios de civilizaciones desaparecidas.

En ese gradual avance hay que destacar, sin duda, la renombrada Convención de 1972 sobre la Protección del Patrimonio Mundial Cultural y Natural. En ella se defiende expresamente un patrimonio conformado tanto por los testimonios del pasado que contribuyen a definir la memoria colectiva de los pueblos, como por las expresiones del presente que nos hablan de su vitalidad cultural

En consecuencia, se recoge el interés etnológico en equidad con las restantes categorías de bienes culturales, dando cabida a los lugares, bienes y actividades que forman parte del bagaje más modesto y cotidiano de los pueblos. 

La vieja imagen monumentalista que limitaba sus referentes a las obras materiales más prestigiosas del pasado, amplía así su valoración a los elementos, materiales o inmateriales, que reflejan el modo de vida de un determinado colectivo, sin olvidar los propios bienes ambientales en los que inevitablemente se deja sentir la intervención modificadora del hombre.

Definitivamente, no sólo estamos ante un cambio radical en la percepción de la cultura como globalidad sino que, además, la problemática acerca de la valorización y preservación del patrimonio cultural pasaba a ser una cuestión mundial, no restringida a los países occidentales. Una filosofía que pretende expandir el respeto hacia el patrimonio de todos los pueblos del mundo y evitar cualquier acción de expolio premeditado, sea por negligencia, guerras, intercambios, o por su drástica destrucción ante criterios de modernización o de reinterpretación de sus significados ideológicos. 

No obstante, a todas estas circunstancias continuamos asistiendo, porque es fácil comprender que ni el arbitrio de algunos dirigentes ni la solidez de algunas de las nociones fuertemente interiorizadas pueden modificarse por su sola disposición legal. Pero, es más, la propia UNESCO realizó un valiente ejercicio de autocrítica en 1992, cuando se conmemoraba el vigésimo aniversario de la Convención. En él se puso de manifiesto que, a pesar de los expresos deseos de respetar la diversidad cultural y a pesar de los avances conceptuales en los contenidos de los bienes culturales, la realidad era que, a través de la Lista del Patrimonio Mundial, se había privilegiado una visión monumentalista y en concordancia con los valores y los cánones estéticos occidentales. 

La lectura estadística de la Lista elaborada hasta el momento detectaba importantes desequilibrios, tanto en cuanto a la distribución geográfica como a la categoría de los bienes inscritos: sobrerrepresentación de bienes culturales europeos y norteamericanos, fuerte predominio de edificios religiosos y mayoritariamente de la cristiandad, y clara preponderancia de ciudades históricas y de civilizaciones desaparecidas en detrimento de las culturas vivas. La realidad, por tanto, evidenciaba que la Lista no era de la Humanidad sino de unos pocos países. 

Ese mismo análisis sacó a la luz también la desproporción entre bienes culturales y naturales inscritos, y la necesidad de desencajonar estas dos categorías. Poco a poco se había ido comprendiendo que la interacción entre el hombre y su entorno hacía estéril la dicotomía naturaleza – cultura: los pueblos adaptan el espacio en que viven y dejan la huella de su cultura. 

Con esta visión mucho más antropológica, el Comité del Patrimonio Mundial adoptó entonces la categoría de “paisajes culturales”, para intentar conseguir que la Lista deje de ser un mero catálogo de monumentos y refleje realmente la pluralidad de culturas generadas por la humanidad. A todo ello no fue ajeno el hito que había supuesto, sólo tres años antes, las Recomendaciones sobre la Salvaguarda de la Cultura Tradicional y Popular, como parte fundamental del patrimonio universal, a la vez que abrió el camino para que en 1998 se estableciera la creación de una Lista específica para las Obras Maestras del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad

En suma, en el transcurso de apenas medio siglo se ha recorrido todo un camino que nos ha llevado desde el exclusivismo de determinadas obras singulares del arte o la historia, a la consideración de la cultura como un bien a proteger en sí mismo […] .

 

Definiciones de la UNESCO

Por patrimonio cultural se entienden: 

  1. Los monumentos: obras arquitectónicas, de escultura o de pintura monumentales, elementos o estructuras de carácter arqueológico, inscripciones, cavernas y grupos de elementos, que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia; 
  2. Los conjuntos: grupos de construcciones, aisladas o reunidas, cuya arquitectura, unidad e integración en el paisaje les dé un valor universal excepcional desde el punto de vista de la historia, del arte o de la ciencia; 
  3. Los lugares: obras del hombre u obras conjuntas del hombre y la naturaleza, así como las zonas, incluidos los lugares arqueológicos, que tengan un valor universal excepcional desde el punto de vista histórico, estético, etnológico o antropológico.

Por patrimonio cultural inmaterial se entienden aquellos usos, representaciones, expresiones, conocimientos y técnicas – junto con los instrumentos, objetos, artefactos y espacios culturales que les son inherentes – que las comunidades, los grupos y en algunos casos los individuos reconozcan como parte integrante de su patrimonio cultural. Se manifiestan en los siguientes ámbitos:

    1. tradiciones y expresiones orales, incluido el idioma como vehículo del patrimonio cultural inmaterial;
    2. artes del espectáculo;
    3. usos sociales, rituales y actos festivos;
    4. conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo;
    5. técnicas artesanales tradicionales

Este patrimonio cultural inmaterial, que se transmite de generación en generación, es recreado constantemente por las comunidades y grupos en función de su entorno, su interacción con la naturaleza y su historia, infundiéndoles un sentimiento de identidad y continuidad y contribuyendo así a promover el respeto de la diversidad cultural y la creatividad humana

 

La Convención de la UNESCO de 2003

La actividad de la UNESCO en la esfera del “patrimonio cultural” se limitó inicialmente a la protección y conservación de patrimonios tales como monumentos históricos, objetos o sitios culturales. Con el paso de los años, la comunidad internacional empezó a exigir que se tuviera en cuenta el patrimonio cultural inmaterial como elemento esencial del patrimonio cultural: éste fue el origen de un nuevo enfoque que reconoce a las comunidades y grupos como actores principales del patrimonio cultural. 

Estas formas materiales o “vivientes” del patrimonio cultural abarcan tradiciones o expresiones vivas heredadas de nuestros antepasados y transmitidas a nuestros descendientes, como las tradiciones orales, las artes del espectáculo, las prácticas sociales, los ritos y celebraciones festivas, los conocimientos y prácticas relativos a la naturaleza y el universo y los conocimientos y técnicas necesarios para la artesanía tradicional

La adopción en 2003 de la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial, es el primer instrumento jurídico vinculante dedicado expresamente a este patrimonio. Según la Convención, el término salvaguardia abarca las medidas encaminadas a garantizar la viabilidad del patrimonio cultural inmaterial, como la identificación, documentación, investigación, preservación, protección, promoción, valorización, transmisión —esencialmente por medio de la educación formal y no formal— y revitalización de los diferentes aspectos de dicho patrimonio. La Convención reconoce que cada forma del patrimonio cultural inmaterial requiere medidas de salvaguardia específicas y adaptadas al patrimonio de que se trate.

 

Usos sociales del patrimonio cultural – García Canclini

García Canclini (1993) destaca la importancia de abordar el patrimonio cultural como un concepto en construcción, un elemento para pensar y repensar y la necesidad de construir una mirada crítica sobre y desde el particular.

Se vincula así al patrimonio con el turismo, el desarrollo urbano, la mercantilización y la comunicación masiva, ubicándolo en el marco de las relaciones sociales que lo condicionan. Reconoce entonces tres discursos referidos al patrimonio cultural:

  1. El patrimonio no incluye sólo la herencia de cada pueblo, las expresiones “muertas” de su cultura -sitios arqueológicos, arquitectura colonial, objetos antiguos en desuso- sino también los bienes actuales, visibles e invisibles -nuevas artesanías, lenguas, conocimientos, tradiciones-. 
  2. La extensión de la política de la conservación y administración de lo producido en el pasado, a los usos sociales que relacionan esos bienes con las necesidades contemporáneas de las mayorías.
  3. Frente a una selección que privilegiaba los bienes culturales producidos por las clases hegemónicas -pirámides, palacios, objetos legados a la nobleza o la aristocracia-, se reconoce que el patrimonio también está compuesto por los productos de la cultura popular: música indígena, escritos de campesinos y obreros, sistemas de autoconstrucción y conservación de los bienes materiales y simbólicos elaborados por grupos subalternos.

Las investigaciones sociologicas y antropólogicas sobre las maneras en que se transmite el saber de cada sociedad a traves de las escuelas y los museos, demuestran que los diversos grupos se apropian en formas diferentes y desiguales de la herencia cultural. No basta que las escuelas y los museos estén abiertos a todos, que sean gratuitos y que promuevan en todas las capas su acción difusora; a medida que descendemos en la escala económica y educacional, disminuye la capacidad de apropiarse del capital cultural transmitido por estas instituciones.

Entonces, la reformulación del patrimonio en términos de capital cultural tiene la ventaja de no presentarlo como un conjunto de bienes estables neutros, con valores y sentidos fijos, sino como un proceso social que, como otros capitales, se acumula, se renueva, produce rendimientos, que los diversos sectores se apropian en forma desigual

Si se revisa la noción de patrimonio cultural desde la teoría de la reproducción cultural, es posible afirmar que los bienes reunidos por cada sociedad en la historia realmente no pertenecen a todos, aunque formalmente se asegure que son y están disponibles para todos. Ese hecho se origina en la desigual participación de los grupos sociales en la formación del patrimonio cultural, y en el lugar subordinado que tienen los capitales simbólicos de los grupos subordinados dentro de las instituciones y los dispositivos hegemónicos. 

Canclini invita a estudiar el patrimonio cultural como espacio, no sólo de unidad, sino de lucha material y simbólica entre clases, etnias y grupos sociales. Para ello propone el concepto de capital cultural y el análisis de tres tipos de agentes que participan en la disputa económica, política y simbólica por el patrimonio: el sector privado, el Estado y los movimientos sociales. Ante la irrupción de los medios masivos de comunicación en la producción, circulación y consumo de la cultura, García Canclini propone buscar nuevos instrumentos conceptuales y metodológicos, para analizar las interacciones entre lo popular y lo masivo, entre lo tradicional y lo moderno, y entre lo público y lo privado.

El desafío entonces está en que el rescate del patrimonio cultural e histórico […] incluya su apropiación colectiva y democrática”, o sea: que podamos contribuir para […] crear las condiciones materiales y simbólicas para que todas las clases puedan compartirlo y encontrarlo significativo […]

 

BIBLIOGRAFÍA